A última hora del día de ayer aterrizaba en el aeropuerto de San Pablo el que a buen seguro se va a convertir en el primer refuerzo del RBB, de cara a afrontar con garantías la ilusionante temporada del regreso a Primera. Rafael Van der Vaart, sobran comentarios e indagaciones acerca de sus cualidades técnicas. Centrocampista de calidad contrastada, a sus treinta y dos años afronta la recta final de su carrera deportiva y la secretaría técnica ha entendido que es un jugador todavía aprovechable. Existe cierto escepticismo, probablemente fundado, sobre la idoneidad de esta contratación. Muchos aficionados tienen todavía muy fresco en la memoria el ejemplo de Verdú y otros jugadores que finalmente no cuajaron dentro de la disciplina verdiblanca. Desde aquí entendemos que Mel debe lograr que el internacional holandés se adapte pronto y se involucre completamente en el proyecto. Con su implicación la medular bética habrá obtenido el favor de un jugador con golpeo de balón, visión y verticalidad, facultades que ninguno de los profesionales de la actual plantilla que se desenvuelven por el mismo sitio que el tulipán detenta.
Fue aquella larga y cálida noche de verano, allá por el año 1977. El Real Betis Balompié logró coronarse campeón de la primera Copa del Rey, tras derrotar contra todo pronóstico a un rutilante Athletic de Bilbao. Aquella gesta afianzó ese Manquepierda inherente al club de las Trece Barras, ese aire mágico de una sociedad de ascendencia inequívocamente masónica. Nada de conformismo, siempre a por la victoria, incluso cuando los astros señalan que no es el día.
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