Se acabó el maleficio que pesaba sobre el equipo verdiblanco cada vez que le tocaba rendir visita al estadio de Mestalla. Rubén Castro, en el tiempo añadido, puso fin a tres décadas sin victoria en terreno valencianista, una racha demasiado larga que estuvo a punto de verse prolongada una temporada más por la mala gestión de los minutos finales. Una vez más fue el delantero canario el que llegó al rescate de un Betis que, en solo tres minutos, había sido capaz de dilapidar la ventaja de dos goles que tenía en el electrónico. Castro parece que no está en muchas fases del encuentro pero siempre aparece cuando su equipo lo necesita, con ese intuitivo imán que tiene para emerger cuando es necesario modificar el curso de la historia. Enorme alegría para el beticismo, una afición que segundos antes del tercer y definitivo tanto clamaba contra su equipo por la incomprensible pájara que había sufrido a partir del minuto 70, con el marcador prácticamente decidido y jugando con un hombre más. Las victorias lo curan todo pero no hay que pasar por alto determinadas circunstancias, como la penosa actuación de Piccini en defensa o las incongruencias perpetradas por Petros en jugadas puntuales. El brasileño es un jugador honesto donde los haya, siempre dona sacrificio y esfuerzo, pero adolece de unas más que palpables deficiencias técnicas que lastran al equipo. Brasanac fue la sorpresa positiva de la tarde. El recién llegado demostró unas excelentes prestaciones y fue junto a Durmisi, Adán y Castro de los más entonados del envite ante el cuadro levantino. Los centrales no estuvieron mal, Joaquín se mantuvo enchufado (de hecho, el bajón del equipo coincidió cuando el portuense fue sustituido) y Fabián, que tuvo que ser sustituido por Felipe durante el tramo inicial del encuentro tras recibir un golpe en la rodilla, parece convencer a Poyet.
La primera victoria de la temporada llegó con suspense, demoliendo los delicados corazones béticos y cuando parecía que el buen trabajo realizado durante casi todo el partido se iba al traste por culpa de un inesperado e inoportuno decaimiento generalizado de todo el equipo. Gustavo Poyet, que tuvo que ver el encuentro desde la grada, cumpliendo el primero de los dos partidos que los comités le han impuesto por sus apreciaciones al colegiado durante el partido ante el Deportivo, no convocó a Ceballos por razones técnicas. La medular que saltó al césped de Mestalla estaba compuesta por Brasanac, Fabián y Petros, Joaquín volcado en la izquierda y una dupla atacante formada por Castro, que caía a banda izquierda, y Álex Alegría. En la zaga no había sorpresas, con Mandi y Pezzella en el eje, con Piccini y Durmisi en los laterales. Salió muy enchufado el cuadro bético que hoy lucía su tercera equipación. Brasanac pronto mostró sus cualidades, multiplicándose en acciones defensivas y llegando arriba con mucha facilidad. El Betis se presentaba con frecuencia en las inmediaciones de la meta de Alves y tanto Castro como Alegría pudieron inaugurar el marcador. No obstante, los jugadores che traspasaban la medular bética con alarmante y pasmosa facilidad, poniendo también a prueba a Adán con demasiada frecuencia. Piccini, sobrepasada la media hora, se plantó por banda derecha para asistir a Castro que, con sangre fría, supo imprimir el ritmo adecuado en la jugada para colocar en la escuadra un balón que Alves en ningún caso pudo atajar. El Betis se marchaba a los vestuarios con ventaja en el luminoso, fruto de su mejor juego.
El segundo acto comenzó bien para los heliopolitanos ya que en pocos minutos el rival se quedó con diez en el terreno de juego y Joaquín culminó una contra con una fantástica galopada que se convirtió en el 0-2. Enzo Pérez vio la roja directa tras una escalofriante entrada a Durmisi, acción que pudo haberle causado un auténtico destrozo. Afortunadamente, el lateral danés se recuperó bien y sería precisamente el menudo y rápido futbolista el que colocaría un perfecto balón en largo que Joaquín definió con calma y destreza para duplicar la ventaja bética. El partido parecía cerrado, los locales estaban prácticamente noqueados, pero los hombres de Poyet levantaron el pie y este exceso de confianza otorgó al Valencia el aliento necesario para engancharse al partido. En el primer balón que tocaba, Munir estrelló un balón en el travesaño que encendió todas las alarmas. El partido se volvió loco y en menos de tres minutos Rodrigo, completamente solo, y Garay, tras recoger el rechace de Adán a la salida de un córner, lograron restablecer la igualada y deteriorar seriamente la buena imagen general mostrada por el Betis hasta ese momento. Por momentos parecía que iban a ser los pupilos de Ayestarán los que se iban a llevar los tres puntos en juego, teniendo que emplearse Adán a fondo con varias intervenciones de mérito. Sin embargo, en los estertores de la contienda apareció de nuevo Piccini por su flanco para colocar un balón que, aunque no alcanzó a rematar Zozulia, llegó medido a las botas del mejor goleador de la historia del club de las Trece Barras, ocasión que no desaprovechó para exhibir su demoledor olfato. Mestalla enmudeció. El genio insular había puesto de nuevo en ventaja a su equipo, esta vez de forma definitiva. A pesar del injustificado bajón, en el lado positivo hay que saber valorar la actitud del equipo hasta el último minuto, yéndose arriba con todo, sin rendirse ni perder la fe, afanado por traerse a Sevilla todo el botín en juego. El premio final, sin duda, puede considerarse justo. No hubo tiempo para más. Fin a una maldición que ha durado 30 años.
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